CASOS QUE ATERRAN
- Jorge G. Martinez S.
- 7 nov 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 abr
Juan Carlos “C” era un alto ejecutivo de una empresa radiofónica con sede en Monterrey. Como parte de su contrato para radicar en la Sultana del Norte aceptó dejar su casa en la Ciudad de México, previo acuerdo de que se le pagaría además de sus altos honorarios, la renta de una casa en un sector privado y muy exclusivo de San Pedro Garza García.
Todo parecía transcurrir en plena armonía en la zona privada sampetrina donde vivía, a donde llegó junto con su esposa y dos hijas pequeñas con las otras 14 familias que conformaban el complejo residencial cerrado, con gimnasio y piscina propios, y el plus que daba la vigilancia de videocámaras y guardias privados las 24 horas del día.
El paraíso en la tierra pues, a un costo de renta mensual superior a los 45 mil pesos. Todo bien, hasta que una madrugada…
El golpeteo intenso y apremiante en la puerta principal de la casa y las luces rojas y azules de las patrullas de policía los hicieron despertar a él y su esposa: “¡Señor, puede bajar, los han robado!” fue el mensaje que logró sacarlo de la somnolencia y enfrentarlo a algo que nunca imaginó: “Se metieron a mi casa mientras dormíamos”.
Y no sólo la residencia de Juan Carlos “C” fue saqueada, las restantes 14, cada una en un bloque o cuadra, tuvo el mismo destino, según relataron los vecinos afectados: el ataque de los ladrones (la teoría del ratero solitario se descartó de inmediato, por la eficacia con la que se dio el atraco en tan poco tiempo, y con altos resultados).
Detenidos, bajo sospecha de haber permitido el que se desconectaran las cámaras de seguridad, los sistemas de alarma de las viviendas y automóviles y cajas fuertes de seguridad, tres guardias esperaban en las patrullas asustados y señalados como cómplices.

Fuente: Hora Cero
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